ADANES Y EVAS
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- 5 ene 2021
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“Puede que nos encontremos ante una situación límite, una limitación que nos hemos impuesto a nosotros mismos. Creamos una máquina con inteligencia y conciencia de sí misma y la obligamos a habitar nuestro mundo imperfecto. Concebida conforme a unas líneas racionales, y bien dispuesta para con los demás, esta mente pronto se verá enfrentada a un huracán de contradicciones.”
Alan Turing se refería a Adán, aunque se podría pensar que, en realidad, estaba hablando de Charlie Friend. Charlie ejerce de narrador homodiegético e intradiegético, protagonista y testigo de varias historias a la vez. Es un hombre que vive tan confuso que el único relato que es capaz de contar sin acabar desorientado es el contexto de su nación en 1982. 1982. Resulta extremadamente curiosa la conversación que compartieron Charlie y Alan Turing al final de la novela acerca de la naturaleza de los robots. Sin embargo, lo que es más curioso todavía es el hecho de que Turing no estaba vivo en 1982, y mucho menos lo estaba en 1983, que es cuando se desarrolló esa supuesta charla entre ambos. La realidad es que el científico murió de intoxicación cianhídrica en 1954. De algo me sirvió ver a Benedict Cumberbatch en la piel de Alan Turing en Descifrando enigma, tenía la certeza mientras leía de que ese señor no había vivido tanto.
Máquinas como yo es una ucronía. La trama transcurre en un mundo desarrollado en el pasado (el libro fue publicado en 2019) donde uno o más sucesos son descritos de forma distinta a como sucedieron en realidad. Ahora cuadra más la cita de Rudyard Kipling al inicio de la novela.
“Pero recordad, por favor, la Ley conforme a la cual vivimos; no estamos hechos para entender una mentira,” Rudyard Kipling. El secreto de las máquinas.
En ningún momento McEwan esperaba que entendiésemos algo de lo que se estaba tratando. Desde el principio ya advierte al lector de posibles vías de salida a la verosimilitud en su relato. Su finalidad es que no entendamos, que no encajen las piezas en nuestra cabeza. No me considero una mente experta en robótica, no obstante, el estado tan avanzado de esas inteligencias artificiales como fueron los androides Adanes y Evas no es lo suficientemente creíble en el presente, ni siquiera tengo certeza de que se haya tratado de crear algo similar, ya ni hablemos de hace cuarenta años. Y es que, efectivamente, no pasó. Pero en un mundo en el que Turing permaneció presente, se palpó un brusco adelanto de la Era Digital.
Al igual que Alan Turing no vivió tanto, tampoco lo hizo John Lennon, quien, en realidad, fue asesinado en 1980. Soy muy fan de los Beatles y jamás había oído hablar de Love and Lemons. Claro que no, si no existe, si no volvieron a juntarse. Por citar otro ejemplo de extraños casos de individuos a los que se les concede mayor longevidad de la que en realidad tuvieron, tenemos a John Fitzgerald Kennedy, quien no sobrevivió al tiroteo en Dallas, a pesar de que en la novela se mencione que sí.
McEwan desafía el cuestionamiento de la originalidad del artista en la literatura contemporánea. Inventa sobre lo ya inventado, adaptando cuestiones de la sociedad posmodernista (como puede ser la robótica y sus infinitos matices) al contexto cultural de 1982. Charlie es un narrador fiable, pero el mundo que crea su autor no lo es. “Siempre estamos prediciendo el futuro y siempre nos equivocamos. ¿Por qué no equivocarnos en lo respectivo al pasado?” declaró Ian McEwan a Los Angeles Times en una entrevista.
Queda manifiesto lo moldeable que resulta para él todo lo relacionado al paso del tiempo. Describe a través de Charlie que el presente es el más frágil de los constructos improbables. El presente podría haber sido diferente. Cualquier parte de él, todo él, podría ser diferente. Echando la vista atrás, estaban clara su finalidad, tan solo había que prestar un poco de atención. Buena parte de sus intenciones las deja plasmadas a través del pensamiento de su narrador. Se menciona la concepción de la cobardía como un “exceso de imaginación”. ¿Quiere decir esto que escogió una forma tan peculiar y ficticia para narrar una historia porque no se atrevió a afrontar la realidad para ambientar semejantes ideas?
Adentrándonos más en el sentido de la obra, Máquinas como yo abarca la cuestión del límite en el sentido más amplio imaginable. Abundan líneas divisorias, unas más visibles que otras, todas aparentemente infranqueables. McEwan destroza la barrera que impedía alterar el pasado, y deja patentes algunas otras. La que más llama la atención es el límite que separa la humanidad de la inteligencia artificial.
La clara frontera entre lo viviente y lo inanimado se vuelve borrosa a medida que avanza la historia. Charlie, a pesar de encontrarse en pleno estado dubitativo en todo momento respecto a su adquisición, continúa persistiendo en que Adán jamás será como él. “Yo lo había comprado, luego era mío.” “Yo me preguntaba si Adán era capaz de comprender la dicha de la danza, de moverse por el placer de hacerlo, y si Miranda no le estaría mostrando una línea que él no podía traspasar.” Cada cual percibe a Adán según su criterio. La opinión de Miranda nunca queda del todo evidente, precisamente por el aura misteriosa que siempre rodea a su personaje y que la coloca en una especie de limbo en el mundo de los mortales. Trata a Adán como un hombre de carne y hueso, con sentimientos legítimos y respetables, pero al echar de menos nosotros su punto de vista sobre los hechos, nunca llegamos a saber su verdadera apreciación sobre él.
Por otra parte, tenemos a la versión en un mundo alternativo de Alan Turing, para quien “si habla como una persona, actúa como una persona y lo parece, entonces […] eso es lo que es.” Por último está Charlie. Su dueño le ve como su posesión y como alguien que debe ser leal por defecto. Incluso cuando se siente celoso de él en lo respectivo a Miranda, se tiene que recordar a sí mismo (y a todos los demás) su supuesta superioridad sobre él. Para Charlie, Adán nunca será como él. No obstante, le cuesta reconocer la realidad, y es que es el propio Charlie quien se aproxima a la forma de funcionar que tiene Adán.
Charlie Friend es el relativismo personificado. Al igual que ocurre con Adán, no sabe distinguir el bien del mal, o, por lo menos, no es lo suficiente atrevido como para enunciarlo. “Lo que era malo en Warwickshire no tenía la menor importancia en Papúa Nueva Guinea. En el ámbito local, ¿quién podía decir lo que era bueno y lo que era malo?” En medio de tanto relativismo, nuestro narrador protagonista entiende el mundo que le rodea como una construcción y como algo de lo que no tiene por qué ser partícipe. Ejemplo de ello son esos pequeños episodios en los que abandona la trama y pone al día al lector del contexto histórico de su nación como si fuese algo externo (como si no fuese con él), algo que no influye en lo que nos quiere contar, pero que aun así incluye.
Más adelante, es un individuo con la mente siempre puesta en el futuro. Encontramos otra semejanza con Adán: es como si no hubiese memoria, ni un índice de pasado. Explica brevemente algunas cuestiones familiares para aclarar ciertos aspectos de la actualidad, y tras eso, prosigue en el presente, siempre con la mente en el futuro. Esa obsesión con el futuro que tanto le caracteriza acaba viendo involucrada a Miranda Blacke, su vecina de arriba. Miranda, más que su amada, parece su proyecto de futuro. ¿Enamoramiento u obsesión? Parece más como si Charlie hubiese trazado en su cabeza la vida que desea, y en esos planes consideraba viable enredar a Miranda, una Miranda idealizada al extremo, un capricho para él, una meta a conseguir. “Miranda ahora vivía en mi apartamento, y éramos una familia, al fin. Nuestro amor florecía. De cuando en cuando, Adán declaraba que también él estaba enamorado de ella.” El amor como un sentimiento idealizado, y a la vez como una experiencia banal cuando no la expresa él.
La realidad es que Charlie rara vez aparenta estar enamorado de ella. “El desequilibrio de nuestros sentimientos mutuos acabaría por corregirse.” “No importaba. Estábamos enamorados.” “El amor nos ayudaría a superarlo.”
Un adicto al futuro enamorado de una adicta al pasado. Así se definiría la curiosa relación que pactan Charlie y Miranda. Con un techo como barrera que segrega sus caminos (más límites), Miranda carece de la capacidad para avanzar en su vida sin haber superado su pasado y sin haberle hecho frente. Por el contrario, tenemos a Charlie, quien considera el pasado una trivialidad, y quien esperará a que su amante aprenda a convivir con sus traumas para ser merecedor de su atención, aun sabiendo que nunca estará a la altura de Mariam, la única persona a la que Miranda realmente ha amado.
Es cuando aparece Mariam en el argumento de la novela cuando encontramos distintas imágenes. Para empezar, el personaje de Miranda como una imagen de preferencias sexuales al confesar ser una mujer bisexual tratando de vengar la muerte de la mujer a la que amaba. ¿Es ético enviar a la cárcel a alguien por una violación que no ha cometido (por lo menos no a quien le acusa)? ¿Es ético serle desleal a quienes te han proporcionado una vida? En esta idea de la responsabilidad sobre el pasado, Miranda atraviesa una depresión, por ende, disponemos de una imagen de enfermedad mental. Charlie admite a su vez, en sus pequeños monólogos interiores, tener que experimentar breves y periódicos episodios depresivos. Él conforma la segunda imagen de enfermedades mentales.
Miranda no ama a Charlie, al igual que no ama a Adán. En su cabeza solo existe su venganza por la muerte de Mariam. Sin embargo, ha condenado a Adán a amarla al diseñar su personalidad, ignorando el “amor” tan artificial y moldeado que siente Charlie por ella. “Mientras ella y yo nos acomodábamos a nuestra rutina nocturna, ella modelada al hombre destinado a amarla. […] Ella no tendría que amar a ese hombre, a esa <<figura>>, a cambio. Y conmigo era lo mismo que con Adán. Nos había deparado un destino común.” De esta forma, aunque ella no se vea en la posibilidad de amar, se las ha apañado para poder sentirse querida, aunque ese amor no sea “real.”
El personaje de Miranda es un misterio para Charlie. Francamente, ignorando el punto de vista predominante y adoptando un posicionamiento objetivo frente a la narrativa que se nos presenta, Charlie trata a Miranda igual que trata a Adán: como a un sujeto que viene con un listado de instrucciones a seguir para programarlo. En el caso de Adán, para que sea “un hijo” para él y para Miranda. En el caso de Miranda, para que se enamore de él. “Tal vez habíamos alcanzado ya nuestro punto más alto. Quizá pensaba que ya estaba todo lo cerca que quería, o podría, estar de otra persona... Ahora el clímax estaba al fondo del conocimiento carnal, donde toda la complejidad aguardaba.”
Por actitudes similares es por las cuales Maxfield Blacke confunde a Charlie con Adán - cree que Charlie es la máquina porque realmente aparenta ser una. La identidad fragmentada que van formando las piezas dispares de la personalidad de Charlie dotan de sentido al título de la obra: Máquinas como yo, siendo ese “yo” quien narra la historia, siendo Máquinas como Charlie, donde el propio Charlie es consciente de la peculiaridad de su persona, aunque dudo de que hasta ese punto.
Algunas fronteras menos trascendentales, aunque, destacables, son las limitaciones del lenguaje verbal y el silencio como una forma legítima de comunicación. Un caso es la forma en que Adán se da cuenta de que, para sus propietarios, su existencia se encuentra en medio de la barrera que le convierte en “él” o en un “ello”, y lo hace a través de la observación de sus gestos. Más adelante, el propio Adán revela su capacidad de comunicarse por medio de miradas con los demás ejemplares de su “especie.” En el caso de la misteriosa Miranda, adopta un sentido más figurado y alegórico al obligarse a sí misma e interiorizar en su conciencia que había matado a su amiga con su silencio, y que ese mismo silencio estaba “destrozando” a la familia de ella. La figura de Miranda deja entrever un relato en el que no hay posibilidad de olvido ni aunque sea fruto de un accidente. El pasado insiste para ella, y paulatinamente deja su huella en la personalidad de otro individuo relevante en la trama: Peter Gorringe. Por su parte hay un intento desesperado de olvido condenado a fracasar estrepitosamente.
En conclusión, Máquinas como yo es un reto a las limitaciones establecidas, que defiende que la humanidad es una construcción, que una inteligencia sin pasado es capaz de experimentar la nostalgia, que un hombre puede creer más en el arte y en la ficción creada a partir de él, que en lo que le rodea, etc.
Es la burla de un escritor a lo conocido por el hombre.
Es ver cómo un artista se ríe del arte de una forma inspiradora y admirable.

Paloma Caballero Soler
Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.
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