DE GEOMETRÍA DE LOS PERSONAJES
- 100454074
- 29 dic 2020
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¿Las personas pueden cambiar? ¿Nosotros podemos cambiar? ¿Es un proceso intencionado o sucede sin que tomemos consciencia de ello?
Con frecuencia, reflexionamos acerca de la trascendencia de la representación de determinadas imágenes en obras artísticas (imágenes de edad, de belleza, de discapacidad, de etnia…). Tomamos aquello que se nos muestra como un relato verosímil, como una narración mimética que debemos asimilar como verdadera y normalizar en nuestra vida cotidiana. Las imágenes tienden a asociarse a determinados personajes, que reflejan un determinado canon, una imagen, un contenido simbólico para el espectador. ¿Y si avanzamos más allá?
En la narrativa contemporánea se defiende con firmeza la evolución del personaje, un desarrollo importante del individuo a partir del cual se construye una historia. No implica únicamente pasar de la construcción habitual de personajes lineales (y que se muestren como tal) a una sobrecarga de personajes circulares, repletos de matices y de rasgos diferenciados en los que profundizar de mil maneras; sino de reflejar un patente proceso de aprendizaje tras una sucesión de acontecimientos a lo largo de un determinado cronotopo. Muchos creadores de contenido artístico ven la necesidad de corregir la labor de aquellos anteriores a ellos, transformando por completo algunos relatos originales. Ejemplo de ello es Maléfica, película dirigida por Robert Stromberg, basada en las versiones de La bella durmiente de Disney, Perrault y los hermanos Grimm.
Maléfica, además de constituir un ejemplo de narración donde se muestra una historia tradicional desde otro punto de vista, señala el desarrollo que experimenta la personalidad de la villana, estableciendo una línea espaciotemporal que designa un origen, un final, causas y consecuencias, etc. Maléfica se fabrica una coraza tras sufrir una dolorosa traición, y paga su ira con quien no tiene culpa. Finalmente, su maldad y su rencor lo reserva únicamente para defender a aquellos a los que quiere, eligiendo el bien por encima del mal.
¿Se podría considerar esta técnica narrativa verosímil? ¿Es creíble? ¿Puede valorarse como otro tipo de representación de imágenes adicional? ¿Y si, por el contrario, se tratase de un pacto silencioso entre escritores y artistas para inculcar en las masas de audiencia la idea de que, en realidad, pueden y deben cambiar, avanzar? En la época que vivimos está cobrando fuerza el discurso de que, en ocasiones, debemos deconstruir nuestra forma de pensar y adoptar una actitud más abierta en distintas facetas de nuestra vida. ¿Y si este nuevo pensamiento se estuviese extrapolando al arte para alcanzar su aceptación generalizada?
Personalmente, tengo la creencia de que el cambio no viene solo. Sí, según lo que yo he visto, los individuos pueden cambiar. Sin embargo, no cambian si nada de su entorno se ve alterado. Creo que es como una aplicación práctica, y en ocasiones invisible a algunos ojos, del famoso efecto mariposa: un cambio sigue a otro. Ya sea de forma impulsiva o accidental, algo varía en la rutina, en la cotidianeidad, en esa peligrosa zona de confort de la que siempre nos aconsejan que rehuyamos. Un factor sufre un cambio (de cualquier tipo), y a ese cambio le sigue otro, y a ese otro, y así consecutivamente. Y muchas veces no nos percatamos de que nosotros formamos parte de esa cadena de cambio, de esa suma de experiencias, buenas y malas, de las personas que cruzan por delante nuestra y dejan una huella más o menos grande en el archivo de nuestra memoria…
Nuestra identidad es indefinible, es inefable. Conformamos identidades fragmentadas. Ni siquiera en nosotros mismos podemos encontrar una mirada unívoca. ¿Podemos cambiar si ni sabemos cómo somos? ¿Cómo reconocer el cambio si nuestra propia identidad constituye un rompecabezas que somos incapaces de resolver?
“El presente, y sobre todo el pasado, son enriquecidos a expensas del futuro. El cronotopo puede representarse como un camino que integra perfectamente el tiempo y el espacio en una sola línea continua. El camino implica un recorrido, y ese recorrido es tan lineal como él mismo: se parte de un extremo del camino (el inicio) para llegar a otro (la meta). La fuga al futuro,”
Mijail Bajtin, Imaginación dialógica.
Si bien es cierto que el cambio existe y que implica un proceso temporal, ¿reconocemos con la misma facilidad el cambio en nosotros mismos que en los demás? Dentro de la gran interrogación que puede resultarnos nuestra propia identidad, la de individuos ajenos la supera con creces. Detectar cambio en otra persona lleva a plantearnos algunas cuestiones: ¿Ha cambiado? ¿A mejor? ¿A peor? ¿Fue siempre así y yo he sido quien ha tardado más de la cuenta en verlo?
Por mucho que pueda mudar algunos rasgos de la personalidad de un individuo, creo que su identidad, por fragmentada que sea, pervive frente a todo. Las nuevas creaciones artísticas tratan de hacernos dudar al respecto. La identidad se convierte en un concepto moldeable al gusto de cada cual, que se origina en un punto y desemboca en su opuesto, que se divide en dos líneas perpendiculares destinadas a colisionar en algún momento por la falta de coherencia. Un ejemplo podría ser Natasha Romanoff, la famosa Viuda Negra del universo Marvel. Su personalidad experimenta tantos desvaríos y distorsiones que el espectador no sabría adivinar si lo que ha ocurrido es que ha evolucionado o si siempre tuvo la personalidad que deja ver en sus últimos momentos. Natasha se muestra desde el inicio como una mente manipuladora, fría, capaz de llevarse a cualquiera que se le ponga por delante. Mientras se va viendo en la tesitura de revelar aspectos de su pasado, se ve cómo la joven, a pesar de ser una máquina de matar, se va volviendo sensible paulatinamente, hasta el punto de sacrificarse por otros, e incluso de sentir amor y empatía por otros sujetos. ¿Siempre fue así? ¿Su entorno la hizo ser así?
Asimismo, otra obra en la que se juega mucho con la construcción de la identidad y del personaje es El curioso caso de Benjamin Button, donde Brad Pitt interpreta a Benjamin, un hombre que nace con ochenta años y que, a medida que transcurre el tiempo, va rejuveneciéndose mientras que todos a su alrededor envejecen.
¿Cómo evolucionas si vas en contra del tiempo? ¿Involucionas? ¿Vas perdiendo madurez por cada año que pasa? El personaje se muestra como un niño en el cuerpo de un anciano, con los pensamientos e inquietudes de un infante. ¿Debería ser así? ¿Su entorno le condiciona a ser así?

En resumen, de geometría de personajes se puede reflexionar un rato. ¿El cambio es verosímil? Linealidad, circularidad… ¿Cuál es mejor? ¿Qué es lo que nos lleva a elegir una construcción en vez de otra?
Paloma Caballero Soler
Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.
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