DE TODAS LAS PERSONAS QUE HABITAN EN MÍ. UNA REFLEXIÓN SOBRE LA INSPIRACIÓN
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- 3 ene 2021
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“La poesía era otra muestra de su exuberancia amorosa. Había escrito 2.000 haikus y recitado una docena, de pareja calidad, y todos dedicados a Miranda”
– Ian McEwan. Máquinas como yo
Se habla mucho de la forma de narrar, del nivel del discurso que elige un escritor a la hora de escribir su historia. Pero nunca se le concede importancia a la fuente de ideas que dio lugar a esa creatividad para contar relatos. El robot Adán escribió más de 2.000 haikus por Miranda. ¿Qué más da si esos haikus eran basura? Lo importante es que eran para ella, que ella le inspiraba hasta el extremo de dedicarle cada verso y cada pensamiento que rondaba su pequeña inteligencia artificial, destrozando los esquemas que se plantearon inicialmente para él.
“Firmando mis obras como Gala-Dalí no hago más que dar nombre a una verdad existencial, porque no existiría sin mi gemela Gala”, declaraba hace años Salvador Dalí cuando le preguntaron por qué había decidido incluir a su musa en su rúbrica. Sin Gala, Dalí jamás habría llegado a ser el genio que fue, su pintura habría carecido de la profundidad que le proporcionaba ella.
La inspiración es el estímulo que nos llena de vida. El acto de levantarnos de la cama una mañana con ganas de comernos el mundo implica un sentimiento de inspiración casi trascendental. Incluso en el juego de los Sims, cuando los pequeños avatares se encuentran en pleno estado de euforia, se dice que están “inspirados”. La inspiración es la gasolina del ser humano, más que el descanso de ocho horas, más que comer diariamente.
Desde que tengo memoria, nunca he experimentado un pleno sentimiento de pertenencia a ningún sitio. En ocasiones, atravieso breves episodios de viva y abrumadora felicidad en los que todo es de color amarillo (es más luminoso que el rosa), siempre hace un buen día (en el sentido más ambiguo de la palabra) y donde todo está bien. Y eso que nunca puede estar todo bien, aunque a veces es preferible obviarlo y hacer como que sí.
Luego se pasa. La burbuja estalla sin que yo pueda hacer nada para evitarlo, y recuerdo que nunca he sentido ningún lugar como mi hogar. Nací y crecí en Marbella porque mis padres pensaron que era un buen sitio para echar raíces. Volver a Marbella por Navidad no lo sentí como volver a casa. Jamás había permanecido tanto tiempo fuera y aun así no lo sentí como mi casa. Las calles eran las mismas, la gente era la misma, yo no era más que un fantasma deambulando entre ella.
No sé cuándo me viene la inspiración, si cuando simulo vivir una realidad que no me asfixia, o cuando permito que ésta me ahogue sin piedad y sin dejarme tregua para coger aliento. Es extraño vivir inmersa en un constante ciclo de cambio y sentimientos, y a la vez únicamente anhelar una pizca de estabilidad en medio de tanto desconcierto.
A día de hoy, a pesar del desorden y de la confusión, siempre hay momentos que me inspiran. Me inspiran hasta el punto de hablar de ellos ahora mismo.
Un abrazo en momentos de incertidumbre tras haber acabado Selectividad después de un curso tan fatídico, tres días antes de conocer las notas.
Una mirada de nostalgia, tres días antes de que nuestros caminos se separasen durante un tiempo.
Una escapada sorpresa a Nerja por el decimoctavo cumpleaños de un amigo. El último día saltando de algunas rocas, explorando calas.
La sonrisa de una chica al ver que sus amigos han ido a verla a su casa por su cumpleaños, después de tres meses sin verlos.
Las comeduras de tarro de una mañana de abril en un parque, pensando en cómo crear arte ante una cámara fotográfica algo empolvada.
Ay, Marbella. ¿Qué más da ya cómo de mal narre esta historia si la inspiración me abastecerá de por vida?

No sentiré mi hogar en un trozo de tierra mezclado con mar, no obstante, lo noto en el calor de un hogar que transmiten alma y huesos. Aquí o en cualquier sitio. Es por ellos por quienes escribo, por quienes vuelvo, por quienes vivo. Vivir en el sentido que va más allá de ocupar oxígeno y un espacio físico. Me costó tanto encontrarlos, y tanto preservarlos, que ya no me queda más deseo que cuidarlos. Como Dalí a su Gala, hay que cuidar a las musas.
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Echar raíces. Imagino unos girasoles brotando de la tierra fértil y húmeda de tanto regar. Buscan la luz como un fumador busca su último cigarro. Visualizo un proceso de crecimiento, pero uno positivo, de esos que emocionan y te hacen ver que todo valió la pena para llegar hasta aquí.
En esta historia de inspiración a medio hacer, a la cual le queda aún mucho por recorrer, descubrí la ciudad de la Alhambra. Siempre sentí una fuerte atracción hacia ella. Mi familia paterna proviene de allí. Granada nos acogía en Navidades, en Navidades o cuando deseásemos ir. No es mi hogar pero noto su llamada algunas noches de insomnio. Me inspira a soñar. Su dolor lo sufro en mis carnes, piel de gallina, lágrimas derramadas. Y es que es tan bella que no es de sorprender tantísimos poemas que se escribieron sobre ella.
GRANADA
Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde, otra de malva, y la otra, un corselete escocés con cintas hasta la cola.
Las que van delante, garzas la que va detrás, paloma, abren por las alamedas muselinas misteriosas. ¡Ay, qué oscura está la Alhambra! ¿Adónde irán las manolas mientras sufren en la umbría el surtidor y la rosa?
¿Qué galanes las esperan? ¿Bajo qué mirto reposan? ¿Qué manos roban perfumes a sus dos flores redondas?
Nadie va con ellas, nadie; dos garzas y una paloma. Pero en el mundo hay galanes que se tapan con las hojas. La catedral ha dejado bronces que la brisa toma; El Genil duerme a sus bueyes y el Dauro a sus mariposas.
La noche viene cargada con sus colinas de sombra; una enseña los zapatos entre volantes de blonda; la mayor abre sus ojos y la menor los entorna.
¿Quién serán aquellas tres de alto pecho y larga cola? ¿Por qué agitan los pañuelos? ¿Adónde irán a estas horas? Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas.
- Federico García Lorca
No he conocido a nadie que viaje a Granada y no vuelva inspirado, que no desee perderse en sus calles. Al principio te inspiran sus vistas, luego sus calles, luego su gente. Es un proceso corto, pero no por ello menos sobrecogedor y apasionante.
En medio de ese proceso te planteas varias cosas. Si estás echando raíces es una de ellas. Hubo momentos en que me veía paseando esas calles como parte de una rutina que anhelaba. Ya no la anhelo, sin embargo, la extraño. Extraño el Paseo de los Tristes, extraño contemplar el horizonte desde Realejo con unas litronas y buena compañía, hasta altas horas de la madrugada.
Correteando por la Alhambra como unos chiquillos.
Observando la puesta de sol en una casa rural apartada de todo.
La tarde previa al concierto de Izal, en busca del Parque Tico Medina.
Un plano improvisado de un chico que pensó que escalar una cancha de baloncesto era una idea sensata.

Granada no se convirtió en mi hogar, pero se la presenté a todo el que pude, como un obsequio, como un cachito de mí que necesitaba compartir. Granada no se convirtió en mi hogar porque no lo permití, aunque sigue rondando mi cabeza con frecuencia. En circunstancias normales, estaría escribiendo esta sarta de pensamientos dispersos desde allí, en algún rato libre en el que hiciese tanto frío que la única opción apetecible para pasar la tarde fuese encender la chimenea y acurrucarse al calor del fuego. Al final, las circunstancias son las que son, y me basta el recuerdo de unos rostros, la nostalgia de noches interminables de las que recuerdo cada canción que sonó…para inspirarme.
Todos tenemos un propósito en la vida. ¿Es posible que el mío sea convertir en arte todo lo que veo? Todos los personajes de esta historia, lineales, circulares, etc.; conforman las figuras de un precioso cuadro, de un tríptico incluso. Aquí no hay narradores, aquí nadie sabe nada. No dividiré esta obra en actos o jornadas porque ninguno ha finalizado. No he ido saltando de una ciudad a otra como en el juego de la oca, mas habito en ambas la vez, y mis experiencias vividas en ellas no son más que una introducción a lo venidero.
El ejemplo más claro es Madrid. Queda mucho por llover, pero supongo que Madrid será donde eche raíces. O no. O quién sabe. Yo sólo sé que no sé nada. Pero en tres meses he aprendido, de golpe y de sopetón. Y he vivido. Y me han inspirado. Un grupo de personas que han venido a echar raíces, a buscar su lugar en el mundo.
Vaya grupo se ha ido a juntar. Esos preciosos individuos que se agrupan y hacen que pensar en volver a Madrid en una semana se parezca mucho a la búsqueda de una simulación de hogar.
Es por ellos por quienes escribo, por quienes vuelvo, por quienes vivo. Vivir en el sentido que va más allá de ocupar oxígeno y un espacio físico.
Me costó tanto encontrarlos, y tanto preservarlos, que ya no me queda más deseo que cuidarlos.
Como Dalí a su Gala, hay que cuidar a las musas.

Queridas musas, personas que habitáis en mí, pedacitos de hogar: espero poder contar vuestra historia como merecéis y daros forma dignamente, todo está por ver. Eso sí, ya sabéis a dónde van a parar las fotos que os hago cuando creo que no miráis.
Paloma Caballero Soler
Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.
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