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ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN

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  • 6 ene 2021
  • 4 Min. de lectura

Vivimos en un mundo en el que las novelas y las ficciones que más triunfan en los adolescentes son aquellas ambientadas en realidades que nada tienen que ver con la que conocemos. Los jóvenes aún no hemos tenido el tiempo suficiente como para hallarle sentido a un lugar inhóspito donde predomina la contradicción y todo resulta confuso, cuesta acostumbrarse a una humanidad en detrimento.

Leemos para evadirnos. El muro que separa realidad y ficción no es lo suficientemente alto como para no poder traspasarlo a nuestro gusto. Es más fácil vivir temporalmente en una realidad donde te explican el por qué de todo lo que sucede, donde todo, por terrible que sea, viene con una explicación medianamente comprensible.

Mi primera evasión de la realidad fue cuando descubrí Las crónicas de Narnia. Soñaba con vivir historias similares a las que vivían los hermanos Pevensie, con meterme en un armario y verme envuelta en un bosque invernal donde los animales eran amistosos y todo era maravilloso. El contacto fue a través de la gran pantalla, con lo cual el efecto fue aún más impactante visualmente que si lo hubiese leído.

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Más adelante, apareció Disney con sus historias sobre hadas, y yo juraba ver hadas minúsculas por doquier. Está claro que para mí la frontera entre documento y ficción fue prácticamente inexistente durante casi toda mi vida. Y, de repente, apareció la saga de Harry Potter, y esa he de decir que me ha acompañado durante toda mi vida. Vivía absorta en los libros de J. K. Rowling, incluso cuando atravesé periodos de horribles pesadillas que se habían formado en mi cabeza a raíz de esas historias, yo seguí leyendo sin parar. El mundo de magos y hechiceros era tan atrayente que me negaba a despegarme de él. ¿El problema era que yo no era capaz de distinguir entre lo que era real y lo que no? ¿O, por el contrario, lo que ocurría era que a mí no me daba la gana tener que distinguir entre nada? A menudo, pienso que mi cerebro trataba de ignorar la existencia de una limitación entre dos mundos para que la realidad que me había tocado vivir me resultase más asequible.

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Cuando cumplí trece años, dejé de sentir tanta empatía hacia los relatos y dejé de verter todo mi tiempo y energía en ellos. Adopté una mezcla entre una actitud identificadora y otra de distanciamiento. Llegó la saga Divergente, El señor de los anillos y Los Juegos del hambre. Y sí, me pasaba las tardes leyendo y eludiendo mis demás responsabilidades, no obstante, no era lo mismo. Disfrutaba como una enana pasando páginas y entendiendo la narrativa de todo lo que se contaba, e imaginaba cómo sería vivir en condiciones similares.

Sobre todo admiraba la imaginación de los escritores, comencé, casi por inercia, a fijarme en la forma de escribir de otras personas, en cómo construían los mundos en los que se ambientaba la historia que deseaban plasmar y transmitir al mundo. Leía por el placer de leer. Mi mente finalmente aceptó que la barrera que antes era invisible a mis ojos comenzase a hacer acto de presencia.

Tras acostumbrarme a la narrativa distópica (tanto en papel como en la pantalla), acabe concibiendo la verosimilitud como algo relativo, todo podía resultarme creíble si se argumentaba bien y de forma coherente. Todo es posible si te esfuerzas en hacerlo aparentar como tal.

En mi opinión, si defendemos que la ficción es una construcción y la realidad también lo es, ¿qué es lo que estamos intentando segregar? La ficción es un relato realizado habitualmente de forma individual, la realidad parece ser fruto de un acuerdo tácito que se ha ido actualizando a lo largo de los siglos. Es otra forma de ficción. Valorar las tensiones entre realidad y ficción es como obligarnos a adquirir plena consciencia de que hay una presupuesta supremacía de una sobre otra, y que nuestra elección determinará numerosas facetas de nuestra personalidad. ¿Por qué debería considerarse una por encima de la otra? ¿Qué hay de malo en preferir una forma de ficción por encima de otra?

Apareció Juego de tronos y series de ficción como Érase una vez, desarrolladas en mundos totalmente alternativos y alejados de aquello que decimos conocer. En todos prima la injusticia, la lucha contra un poder corrupto, la búsqueda de la justicia.

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Se ha acostumbrado a toda una generación a ser testigo de la posibilidad de diferentes mundos creados por distintos escritores y cineastas, mundos posiblemente retorcidos, no obstante, comprensibles. ¿Y los adultos se extrañan de que los jóvenes de hoy en día aficionados al cine o la lectura hayan desarrollado un espíritu revolucionario e inconformista? Casi podría decirse que nos han empujado a ello.

Si la ficción es algo que nos inventamos, y la realidad también lo es, cada uno de nosotros está en la potestad de elegir dónde colocar sus límites, o si tener algunos siquiera. La forma de interpretar una novela me parece muy personal, y creo firmemente en que es algo que evoluciona con el paso del tiempo. Puedes involucrarte más o menos, puedes vivir la historia con mayor o menor intensidad, sin embargo, algo que me resulta indudable es que las novelas dejan huella. Las obras cinematográficas se hacen presente en nuestra memoria y nos enseñan valiosas lecciones, incluso aquellas que se desarrollan en nuestra realidad y en una época coetánea a la actual. Al final, todo aquello a lo que se le dé forma supone una forma de ficción.

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Qué bonito es sentir, y qué bonito que algo creado con mimo por otra persona te revuelva el estómago y te rompa todos los esquemas, que provoque una reacción desconocida en ti. Qué bonito para el lector, y qué bonito para el escritor. Es cuanto menos fascinante lo que una determinada combinación de palabras o imágenes puede llegar a influir en quien la recibe.

Personalmente, yo pasé de vivir la novela y la experiencia de leer como si fuese un personaje dentro de ella, a desear formar parte del relato, a admirar la forma en que se desarrolla, a fijarme en cada matiz a la hora de diseñar los diversos personajes, en cómo se traza la línea narrativa, etc.; y así poder, algún día, escribir historias a la altura.


Paloma Caballero Soler

Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.



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