OBSCENIDAD, AQUELLO QUE NO DEBE SER VISTO
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- 15 dic 2020
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Actualizado: 15 dic 2020
Unas pinceladas que desencadenaron una ola de disputas. Eso fue lo que ocurrió cuando Fernando VII “El Deseado” procedió a iniciarle un juicio a Francisco de Goya por un cuadro. Fue confiscada a su valido, Godoy, presunto responsable del encargo de dicha obra, la cual, además, fue secuestrada por la Inquisición, calificada de “obscena.” Goya quedó libre, sin embargo, esa creación que había engendrado no corrió la misma suerte. Como Rapunzel en su torreón, permaneció oculta en la Real Academia de San Fernando, en una sala oscura, cerrada al público, donde se acumulaban todos aquellos cuadros que no se debían ver.
Y es que así es como calificamos a lo obsceno, como aquello que no se debe ver.
Hasta aquel momento, en la pintura se habían realizado desnudos femeninos, sin embargo, siempre poseían cierto trasfondo mítico o religioso. Goya ignoró la historia, e impuso la suya propia. Nos presentó a La maja desnuda, una mujer reflejada en una pose audaz, mirando sin pudor al espectador. Una mujer natural, una mujer real.
Más adelante, nos presentó también a La maja vestida. Similares, pero a la vez tan dispares. Ambas supusieron el punto de partida de una nueva manera de concebir la imagen femenina: retadora y sin recato.
Sin duda, el comienzo del fin.

A veces, solo buscamos provocar una reacción. Buscamos incomodar. Suscitamos la polémica. Nos motiva la polémica.
Algo similar debieron pensar en su día los hermanos Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer. Pertenecientes al mundo del siglo XIX, fueron dos artistas románticos, tan románticos que crearon un libro satírico llamado Los Borbones en pelota. A lo largo de 89 escenas pintadas a la acuarela, se expuso a la monarquía española sin tapujos, en caricaturas incluso pornográficas. Efectivamente, los hermanos Bécquer desnudaron a los Borbones mucho antes que “El Jueves”, esa revista que sale cada miércoles.
Estas ilustraciones hoy serían motivo de cárcel.

Motivo de cárcel sería también buena parte de la prosa poética publicada por la poeta canadiense de origen indio, Rupi Kaur, autora de obras como Milk and Honey y The sun and her flowers. La finalidad de la prosa poética es, además de llevar a cabo la narración de un relato, transmitir sentimientos, sensaciones e impresiones. Es un género muy cultivado que se encuentra en pleno apogeo en la actualidad.
Si Kaur y su familia no hubiesen emigrado al continente americano, la reacción masiva a la narrativa de la joven y su acogimiento no se habría asemejado en nada:

India aún hace uso de la legislación de la época colonial británica, la cual define y penaliza la obscenidad. En efecto, la representación obscena es delito en el Código Penal indio. Anteriormente en la historia, diversos escritores, artistas y poetas han sido acusados de obscenidad en base a esta legislación.
En India, se define la obscenidad como aquello ofensivo al pudor o a la decencia; lascivo, sucio y repulsivo. Sin duda, si la autora de estos poemarios hubiese optado por emprender la odisea de publicar su pensamiento mediante este formato y empleando los mismos recursos, tanto lingüísticos como retóricos, es posible que hubiese desencadenado mayor controversia que nuestro querido Goya, condenando no sólo a su obra a la oscuridad y al encarcelamiento, sino también a ella misma. Y es que ella, a sus veintiocho años de edad, concibe la poesía como “un medio para cambiar discursos sociales, cada vez más popular en esta época, así que hay que utilizarlos para empujar a la sociedad hacia adelante y generar cambios progresivos.”
No obstante, pese a gozar de la suerte de vivir en un ambiente en el que prevalece la libertad de la expresión, y donde una interpretación obscena no supone un impedimento al desarrollo y a la difusión de su obra, cabe decir que Rupi Kaur sí ha tenido que enfrentarse a diversas censuras por parte de algunas redes sociales. El caso más conocido es de cuando subió a Instagram una imagen que hizo para su clase de Retórica Visual, mostrando su menstruación, y ésta fue censurada dos veces. Le habían pedido que creara un proyecto que desafiara las opiniones de la sociedad sobre algo concreto sin el uso de las palabras.

¿Cómo puede algo tan natural como la menstruación considerarse obscena? ¿Por qué debe ser motivo de vergüenza o algo que debamos ocultar una reacción que produce nuestro cuerpo una vez al mes? La poeta española Miriam Reyes declaró una vez en una entrevista: “que se censuren fotos como las de Kaur es ridículo. Que haya personas que consideren asquerosa la menstruación es preocupante, y lo es porque ese asco es cultural, es decir, una construcción humana que contribuye a esa idea de mujer como algo sucio, impuro y obsceno que ha servido a lo largo de los siglos (y en diferentes culturas) como mecanismo de control". Pese al hecho de que también haya hombres que experimenten el periodo (y mujeres que no), sigue siendo un fenómeno asociado a la mujer, un fenómeno que aún es objeto de prejuicio y de un posicionamiento generalmente despectivo por parte de la sociedad.
Incluso las empresas que comercializan con productos menstruales terminan siendo partícipes y cómplices de esta estigmatización. No hay más que ver cómo insisten en mostrar en sus anuncios publicitarios la sangre de color azul, en vez de color rojo. P&G España, la firma representante de Evax y Tampax, defiende esta iniciativa alegando que estos spots son vistos por espectadores con todo tipo de sensibilidades, y que no hay necesidad de herir ninguna de ellas. Pero ¿qué es lo que hiere exactamente?
En resumen, el periodo incomoda; es obsceno.
Decir abiertamente que por favor no te molesten demasiado ese día ya que estás con el periodo, es obsceno.
Pedirle un ibuprofeno a un compañero de clase o de trabajo alegando que estás menstruando es obsceno.
Que las mujeres hablen del periodo se considera obsceno. Que, por circunstancias de la vida, se divise un poco de sangre en los pantalones, es obsceno.
Ya se entiende claramente el mensaje transmitido por los medios para vender sus productos: “No se ve,” “No huele,” “No se nota.”
Ahí queda todo dicho. Que no se vea, que no se note, que nadie se dé cuenta. Es aquello que no debe ser visto. Los productos vinculados a la regla se han publicitado vendiendo “discreción.” El azul se asocia a un color clínico, científico, pero sobre todo limpio, incitando a la audiencia a asociar lo que ven a una idea de limpieza, obviando que el asunto tratado no es nada más ni nada menos que fluidos corporales. Fue una iniciativa impulsada por Estados Unidos en los 90, donde además se quería evitar emplear tonos rojizos para que sus anuncios no fueran víctima de la Ley de obscenidad, vigente aún en el país. Esta normativa de ocupa de regular o suprimir aquello que pueda someterse a una lectura obscena.
Sin embargo, en 2017 apareció el anuncio pionero en mostrar la menstruación tal y como realmente es. La empresa británica Bodyform aprovechó la culminación de la tercera ola feminista y decidió subirse al barco, lanzando el spot “Blood Normal” (sangre normal), y dejando a un lado los códigos del pasado. Con el mensaje de “La regla es normal, mostrarla también debería serlo,” el vídeo se hizo viral y fue compartido de forma masiva:
Sin distanciarnos demasiado de la relación entre la idea de obscenidad con el cuerpo femenino y las redes sociales (o los medios de comunicación como concepto), igualmente nos topamos con un rechazo hacia los pezones (pero ojo, sólo los femeninos), estallando el movimiento mundial “Free The Nipple” (Liberar el Pezón).
En realidad, es curioso el contraste entre una red social y otra. Mientras que hay redes sociales como Instagram que siguen empeñándose en ver obscenidad en, por poner un caso, simples pezones femeninos, y que es capaz de eliminar de manera instantánea publicaciones/historias en las que se divise algo que se le parezca al primer aviso; en el otro extremo nos encontramos a Twitter, un terreno libre. En Twitter, cualquier imagen es acogida con agrado, desde lo más violento hasta lo más sexual. No hay censura – el concepto “obsceno” o “tabú” se consideran anticuados.
Pues bien, ¿hasta qué punto esto es un avance positivo? ¿En qué nos beneficia?
Si nos alejamos del ámbito visual en lo que respecta a la obscenidad, si adoptamos una posición de distanciamiento en lo relacionado a la imagen, ¿qué podemos extraer del contenido? ¿Hasta qué punto es necesario deshacernos de la obscenidad?
Un asunto que despierta mi interés es el de la salud mental; obscena en la realidad, banal en las redes sociales. ¿A quién pretendemos engañar? Hablar de la salud mental es complicado, es delicado, no es una conversación que se pueda abordar a la ligera, de cualquier modo. Suscita una reacción en el otro, una que no siempre va a agradarnos o con la que vayamos a coincidir. En una gran mayoría de casos, se considera obsceno – incomoda.
En cambio, si nos adentramos en las oscuras aguas de Twitter (porque muchas veces lo son), nos encontramos a cada sujeto que habla de la depresión, de la ansiedad, de trastornos de la conducta alimenticia, de trastornos de la personalidad, etc.; de la manera más nociva y perjudicial imaginable, sin tener consciencia (o teniéndola, pero ignorando la magnitud de lo que comparte) de las consecuencias que pueden acarrear, llegando al extremo en el que se llega a considerar algo banal, cotidiano, sin importancia. Podría considerarse que en Twitter está tan visibilizada la cuestión de la salud mental (así como sus derivados) hasta tal punto que se banaliza, provocando que adquiera toda una nueva dimensión, no necesariamente positiva. Sin embargo, si nos salimos del contexto twittero, no deja de estar rodeada de una neblina espesa que lee O B S C E N O.
En conclusión, los códigos de redes sociales como Twitter o Tumblr (aunque su popularidad y la difusión de su contenido se ha visto disminuida en los últimos años) permiten que se admitan determinados comentarios o tópicos que fuera de ese mundo, son tabú, o no se tocan apenas.
Se muestra en escena aquello que, a la hora de la verdad, realmente queda fuera de ella.
Aquello que no debe ser visto.
¿No sería más adecuado establecer un entorno seguro para hablar sobre la salud mental y que se normalizase tratarla con libertad (arrancándole esa etiqueta de “obscena” de una vez por todas), en vez de reducir su significancia hasta el mínimo?
La obscenidad no es más que otra construcción. Una construcción dentro de otra, y esta otra dentro de aquella, y aquella dentro de una a la que hemos decidido apodar cariñosamente “realidad.” No es más que otra forma de hipocresía social. No es más que un concepto distorsionado, tan subjetivo como la vida misma. Hay ciertas cosas (mis disculpas por la palabra comodín) que, por lo general, aceptamos según determinados ámbitos, pero que no lo hacemos en otro.
De todas formas, como sentenció la activista anónima Bebi Fernández (conocida, a su vez, como @srtabebi), una de las voces actuales más combativas del feminismo, en un tweet, el 24 de mayo de este año:
“La elegancia no tiene nada que ver con el puritanismo o la rectitud.
Puedes ser obscena y elegante; lasciva y elegante; inmoral y elegante.
La elegancia no es un modo de actuar, es una forma de ser. No se lleva, se emana.”
“Creo que esta generación es maravillosa en cuanto a valores y te pongo un ejemplo. Somos la primera generación en la cual un grupo de amigos se sienta en una mesa y si alguien suelta un comentario racista, misógino o machista, se tapa la boca, pide perdón y todos lo van a entender. En las generaciones anteriores eso está aceptado,” comentó en una entrevista para la revista digital The Objective, “Me parece que somos la primera generación en deconstruirse desde la raíz y hasta un límite que es de admirar. Y creo que las redes sociales han tenido un papel fundamental en este proceso.”
Defensora acérrima, al igual que Rupi Kaur, de la prosa poética, ha publicado dos poemarios que dieron, y siguen dando, mucho que hablar: Amor y asco e Indomable. En ellas, plasma su pensamiento de una forma calificada por muchos como obscena, vulgar, ordinaria; cuando, pensándolo fríamente, es el desahogo más puro, sincero, real… que puede encontrarse un lector por casualidad…y por fortunio.

Posteriormente, desempeñó la ardua tarea de realizar Memorias de una salvaje, novela que actúa como un crudo retrato de la realidad que supone la prostitución, y que queda culminada por Reina, su continuación (la cual aún no he tenido el placer de leer). Se ciñe a la realidad sin ningún tipo de filtro, afrontando todas las consecuencias. A pesar de abordar este proyecto desde una perspectiva más seria y madura, se aferra a su identidad incendiaria que se empeña en dar voz a la obscenidad, en proporcionarle una voz, y un relato que merezca la pena. “En redes soy una persona con un humor muy ácido, empleo la crítica costumbrista, me gusta ser obscena”.
Y es que Goya estableció el principio del fin, con su dualidad femenina. Sin embargo, no nos advirtió de que para el fin aún queda mucho.
ESCÁNDALO – Bebi Fernández
Me llaman obscena
Aquellos que se masturban
Cuando no hay nadie
Me llaman obscena
Los que follan
Mucho o poco, los que tienen o no hijos
Me llaman obscena
Los que piensan “que te follen”, “cómeme los cojones”, “cómeme el coño”
Los que lo piensan, pero no lo dicen
Me llaman obscena
Los que hacen el amor de mil formas
Y posturas diferentes
En unos lugares o en otros
Los que ven porno escondidos
Los que se excitan con una escena sexual en una película de sábado noche
Los que tienen deseos, para ellos “inconfesables”, porque son pecaminosos, pero
los tienen
Y los imaginan
Y los disfrutan
Y los mantienen
Me llaman obscena
Y yo, basándome en aquello que decía Henry Louis Mencken –“El puritanismo es el temor espantoso de que alguien pueda ser feliz en alguna parte”-, y haciendo alarde de mi desvergonzada personalidad, solamente alegaré, ante el tribunal estricto e hipócrita de la sociedad, que me juzga y me quiere condenar por obscenidad:
Sí. Soy obscena, señorías. Soy culpable.
O lo que es lo mismo
Soy feliz hacia fuera.
Paloma Caballero Soler
Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.
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