LA CASA DEL TIRAMISÚ
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- 11 ene 2021
- 4 Min. de lectura
Y un día en un sitio de comer
me dijeron lo que significaba la palabra tiramisú.
Me dijeron que la palabra tiramisú significa “levántame.”
Y a mí me pareció bonito.
La casa del tiramisú, la casa del “levántame.” Eso hacían esas tres mujeres sentadas alrededor de una mesa: comer tiramisú, levantarse unas a otras, empleando la fuerza para un fin noble. En esta obra teatral posdramática no queda clara la frontera entre ficción y documento, entre frontera y personaje. Despierta desconfianza e incomodidad en el espectador no saber si lo que se encuentra ante él es real o no, si debería despertarle unos sentimientos que no siente. Angélica Liddell va un paso por delante al emplear la autoficción como género literario que oriente el transcurso de su obra.
Liddell se reencarna en Angélica, una de las mujeres que está comiendo tiramisú. Narra unas vivencias en primera persona hasta el punto de que se confunden las historias que transmite: ¿son algo inventado? ¿Le está dando forma a una experiencia vivida?
En el predominio de dinámicas no lineales que encontramos a la hora de narrar, son los primeros actos/jornadas los que llevan a una reflexión más profunda. Es una charla entre tres mujeres heridas por distintos hombres en sus relaciones de pareja. Parece que busca fines terapéuticos, de nuevo, levantarse unas a otras.
Mediante sus testimonios y confesiones, cada una de ellas deja entrever un sentimiento que se les ha quedado incrustado como consecuencia de la mitificación del amor romántico:
GETSE: el miedo a la soledad.
LOLA: el miedo a amar, el miedo al daño.
ANGÉLICA: el entumecimiento emocional
Resulta especialmente intrigante el caso de Angélica, y es por ello que la narración se centra más en cómo ella vivió su proceso de duelo. El entumecimiento emocional implica dejar de sentir. Es un estado en el que incluso una planta experimenta más emociones que tú.
El miedo a la soledad implica sentir miedo.
El miedo a amar implica sentir miedo.
El miedo al daño implica sentir miedo.
¿Qué ocurre cuando no hay miedo?
¿Qué ocurre cuando ya no queda nada?
La casa de la fuerza es la forma más ingeniosa de burlarse de la tradición. La autora observa las formas convencionales empleadas por los demás autores en sus obras, y se las arregla para abrirse paso en el mundillo destrozándolas todas, empezando por el orden. Al principio, aquel que lea la obra se encuentra con la típica organización de los acontecimientos en actos y jornadas y respira aliviado. “Esto tiene pinta de ser comprensible.” Excelente jugada por parte del lector. Cuando finaliza la obra no sabes con claridad si te han colado tres actos o siete. Aparecen y desaparecen personajes como si nada, sumando puntos de vista (multiperspectivismo, nos quedamos con un relato mínimo a la vez que coral) homodiegéticos e intradiegéticos que no sabemos ni de dónde salen pero que aportan una reflexión necesaria para hallar el objetivo inicial de Liddell en su obra: provocar.
En efecto, La casa de la fuerza es una provocación, busca suscitar una reacción el otro, sin miedo y sin tapujos, con el lenguaje más vulgar y obsceno concebible y abordando los temas que nadie quiere nunca abordar: la romantización de la autolesión, el acto de renunciar a tu propio cuerpo por el placer y la validación de otros, la dependencia emocional aun cuando te tratan cual basura, la masacre diaria de la mujer en México, etc.
ANGÉLICA: Siempre me ha llamado la atención que el sexo escandalice más que una guerra.
Es una obra teatral que declara su amor por la obscenidad en forma de verso, que la abraza y que se aferra a ella para llegar al público. Es un teatro rizomático, relacional, que obliga al espectador a adoptar un rol partícipe como focalizador de aquello que se muestra en escena. Es el lugar adonde la totalidad y la coherencia van a parar, donde si no sabes expresar con palabras lo que sientes, coges la canción de otro que sí supo y la plantas como un pegote, como una breve tregua para aliviar tensiones.
En la época en que se comienza a incorporar la importancia de la experiencia subjetiva en forma de un “yo” y el monólogo interior como modo asequible para transmitirlo, Liddell no mete un “yo”, sino que mete tres. Ya no hay hechos, solo experiencias. Tres monólogos interiores que tienen lugar a la vez, simulando conversaciones ficticias con sus respectivas parejas/exparejas, imaginando cómo serían sus reacciones.
Es así como la autora hace homenaje a las mujeres y da voz al subalterno que constituyen las miles de millones de mujeres que somos víctimas del machismo aún en pleno siglo XXI, no obstante, aportando distintas voces, da visibilidad a más de un caso, dejando latente que no son “casos aislados”, ocupando su discurso de forma legítima, puesto que forma parte del subalterno que defiende, y no queda esclarecido si habla o no desde la experiencia propia.

Representación teatral de La casa de la fuerza
Angélica Liddell tiende la mano a todas aquellas mujeres maltratadas, ya sea en Venecia, Ciudad Juárez o en cualquier rincón del mundo; les ofrece un escenario a modo de representación y a unas actrices a modo de imágenes. Las mujeres actúan como espejo, ayudan a las demás a verse reconocidas, a los demás a entender, a provocar un sentimiento de empatía profundo sin precedentes.
Más adelante, utilizar un relato siempre acarrea algún tipo de consecuencia de carácter estético, sin embargo, también de carácter ético. Liddell no se iba a quedar atrás. Precisamente el mensaje que trata de hacer llegar es el odio hacia la figura masculina, hacia el hombre, o, mejor dicho al hombre fuerte. Esto podría someterse a varias interpretaciones: su deseo es acabar con el hombre, la cual supongo que será la interpretación más generalizada; y su deseo de acabar con la masculinidad frágil. Ésta última es la que he entendido yo, tras darle algunas vueltas.
MARÍA: He estado pensando una cosa, Pau. He pensado que ojalá sobrevivan los débiles, porque si sobreviven los fuertes estamos perdidos.
La autora seguramente sabía desde el principio el mensaje que podía descodificarse a partir de sus palabras, y siguió adelante.
Total, ¿quién necesita ética? Estamos creando arte.
ANGÉLICA: Me entregué por completo al mundo de la fuerza
Para compensar mi debilidad con el puto mundo de la fuerza.
Y me puse a currar cuatro horas seguidas en el gimnasio y sólo encontraba alivio en la casa de la fuerza,
en el ejercicio de la fuerza.

Paloma Caballero Soler
Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual. GRUPO 51.
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