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REPRESENTACIÓN

  • 100454074
  • 22 nov 2020
  • 9 Min. de lectura

“Nuestra diversidad es nuestra fuerza.

Qué vida aburrida e inútil sería si todos fueran iguales,”- Angelina Jolie


¿Quién soy?

¿Qué soy?

¿Cómo debo responder a eso sin equivocarme?

¿De veras debo reducir mi identidad a una simple frase, a una mera idea plasmada sobre un folio?


No sé si les habrá pasado alguna vez (espero, de corazón, que no) pero ¿alguna vez les han pedido que se describan a sí mismos en una sola palabra? Sí, en una palabra. Ya ni siquiera hablamos de una frase, no, sino de una simple agrupación de letras que asocien a su persona. Se lo aseguro, verse en una situación similar con la guardia baja no es agradable. Y es que, en mi caso, no sé quién soy. Al menos nunca lo he tenido lo suficientemente claro como para afirmarlo en voz alta y en público. Pues bien, esa fue la tesitura en la que me vi envuelta el primer día de clase de 1º de Bachillerato.

A decir verdad, creo que no fue la única vez que tuve que responder a una cuestión similar, pero sí la única que recuerdo. Y es que menudo día. Tenía unas expectativas notablemente nubladas y borrosas acerca del curso que tenía por delante. Me sentía nerviosa, confusa, en un aula con otras treinta personas con las cuales no mantenía buena relación… En definitiva, me sentía más perdida que Alicia cuando se cayó en aquel agujero mientras perseguía al conejo.


“¿Quién diablos soy? ¡Ah, ese es el gran enigma!”

Alicia en el País de las Maravillas.


Respondí: “resiliente.” Porque sí, porque no iba a señalar alguna característica mía que fuese temporal ni circunstancial. Si hubiese respondido “soy rubia” habría estado mintiendo, pues hace seis meses que tengo el cabello de color rojo, y, por ende, ser rubia ya no formaría parte de mi identidad. Pensé en tirar por lo sencillo y decir “soy simpática”, pero no siempre lo soy, así que también estaría pecando de embustera. Igual estoy dejando bastante al descubierto mi odiosa manía de darle interminables vueltas a todo, aunque, en este caso, tengo donde excusarme: la asignatura era Filosofía, y di por hecho que el profesor se esperaba respuestas complejas y profundas que no se ciñesen a lo básico. Soy una persona resiliente, lo he sido siempre, y espero serlo lo que me quede de vida.

Para que se hagan una idea, en esos escasos (aunque productivos, todo hay que decirlo) cinco minutos que tuve que esperar antes de que me fuese concedido el turno de palabra, experimenté una intensa crisis de identidad.

Visualizo la idea de identidad como una construcción basada en el juego del Tetris: trato de hacer encajar una serie de piezas dispares a la vez que complementarias entre sí, para acabar con un amasijo de bloques que responden a mi nombre. Y es que es así, no soy una sola cosa, ninguno lo somos. Definir a alguien en una palabra, en un solo concepto, es una idea totalmente errónea que estaría bien erradicar, pues deberíamos empezar a asumir que todos estamos conformados por miles de características, cualidades y defectos; y que eso no es malo, más bien todo lo contrario.

Aquí es donde entra en juego la importancia de las imágenes.

En plena Era de la Comunicación (así la denominaba el escritor Umberto Eco) buena parte de nuestra forma de interacción contemporánea entre individuos se basa en imágenes. Nuestros niveles estratosféricos de consumo audiovisual diario han propiciado que nos hallemos en esta situación. Ahora bien, ya que disponemos de la posibilidad de emplear imágenes, ¿por qué no concederles un uso positivo? Las imágenes, cuando no están distorsionadas, ayudan a que la comunicación interpersonal mejore. Además, siempre hemos tenido un interés peculiar hacia las imágenes, sobre todo porque nos ofrecen representaciones del mundo, pero también de nosotros mismos, de los individuos.

Por extraordinario y rebuscado que pueda sonar, tener representación, verse a uno mismo representado, significa, en cierto modo, existir. Nos proporcionaron un ejemplo en clase que se me quedó grabado, y espero que no suponga un inconveniente que lo cite aquí: las imágenes funcionan como un espejo. Si te miras en un espejo y no te ves reflejado, es que algo falla, pues lo normal sería que un espejo nos contuviera.

Doy por hecho que este extraño espejo que refleja a los sujetos de manera selectiva no es más que una metáfora de la sociedad actual.


¿Qué tipo de imágenes echáis de menos en las formas que consumimos habitualmente (series/películas)? ¿A qué habría que prestar atención en las futuras series para que se vea la diversidad de nuestra sociedad?


Más allá de la propia representación que se realiza actualmente en numeroso contenido audiovisual, incluyendo muchas imágenes distintas que dejan ver la diversidad de nuestra sociedad, opino que estaría bien pensar en cómo se representan estas imágenes.

Pongamos como ejemplo reciente la serie dirigida por los Javis: Veneno. Esta serie, en los escasos meses de emisión que lleva, se ha convertido en un hito en la historia de las series españolas, y ha llevado a la pequeña pantalla la historia de una de las mujeres transexuales más famosas de nuestro país: Cristina Ortiz Rodríguez, quien rompió muchas barreras para el colectivo trans que hasta el momento parecían infranqueables. La adaptación de su vida ha permitido que millones de personas pudiésemos conocer su historia, y nos ha sensibilizado mucho más con cómo es el día a día de las personas trans y todo con lo que tienen que lidiar a lo largo de su vida. Hasta ahí todo bien. Una persona trans, al ver esa serie, se puede ver representado, lo cual es positivo.

El problema llega cuando, en el caso citado, esta serie solo está disponible en una plataforma digital de pago como es A3 Player Premium, y no se encuentra en un medio más accesible para la audiencia. Como era de esperar, en cuanto la serie comenzó a cosechar éxito, A3 Media decidió emitir en Prime Time los primeros dos episodios de la serie en Antena 3, para que estuviese al alcance de todo el mundo. Si uno deseaba seguir viendo más episodios, debía pagar y suscribirse a la plataforma.

Es genial que la serie esté obteniendo el reconocimiento que merece, es genial que las personas trans se vean representadas y que la historia de muchas de ellas haya podido ser contada. Sin embargo, de nada sirve ser uno mismo consciente de la diversidad existente en la sociedad, si solo lo eres tú. Si realmente se desea proporcionar visibilidad a un colectivo y hacer llegar a las masas una idea de pluralidad que debe ser respetada y valorada, la serie se pone a disposición de todos, con tal de atraer a más espectadores. Pero claro, eso supondría hacer las cosas bien, y no obligar a un colectivo a tener que pagar solo por verse representados a sí mismos en imágenes.

Un ejemplo más acertado de representación (aunque no del todo) se da en la serie de sobremesa Amar es para siempre, la cual, entre la 1 y Antena 3, lleva en emisión quince años. Teniendo en cuenta el carácter histórico de la serie, el horario en el que la emiten los episodios, y el hecho de que es una telenovela; podemos afirmar que la mayor parte de su audiencia son adultos y ancianos. Esto es importante ya que, desde hace unos años, comenzaron a introducirse personajes homosexuales en la trama, personajes no muy relevantes y que tampoco aportaban demasiado al desarrollo de la historia, pero cuya simple presencia, junto con la comprensión y empatía que mostraban los demás personajes con ellos, ya fue un hecho revolucionario. El “boom” se produjo con el origen de “Luimelia,” nombre que recibe la pareja lésbica formada por dos mujeres, una de ellas hija de los protagonistas. La historia de amor entre ellas se enfocó de una manera, desde mi punto de vista, inmejorable, incluyendo temas como que una pareja homosexual quisiese formar una familia en plena transición democrática, y su lucha incansable hasta lograrlo.

Aunque la representación LGBT sea ya una costumbre en el contenido audiovisual de los últimos años (hasta tal punto de que la ausencia de él añada inverosimilitud a la trama), el hecho de que se proyectase en primer plano ante una audiencia de edad más avanzada (que se ha criado en base a otra época y otros ideales), me parece un avance a pasos agigantados. Sin ir más lejos, a mis propios padres les ha abierto la mente la forma en que se ha contado su historia. Cuando las actrices que daban vida a la pareja decidieron emprender nuevos proyectos y abandonar la telenovela tras tres años, surgió la idea de una miniserie dedicada únicamente a ellas dos, pero, en vez de estar ambientada en 1977, lo estaría en 2020. Pasó lo mismo que con la Veneno. Si quieren ver Luimelia en el 2020, tendrán que pagar mensualmente a A3 Media. Definitivamente, no se puede hacer todo bien.

¿Un ejemplo de las cosas bien hechas? Campeones (2018), largometraje dirigido por Javier Fesser y que trata desde un primer plano diferentes discapacidades en jóvenes, y cómo, mediante el esfuerzo y el trabajo en equipo, logran grandes cosas en el mundo del baloncesto: Premio Goya a mejor película. Una película con imágenes de discapacidad llevada a la gran pantalla, accesible para todo el mundo (sí, hay que pagar para ir al cine, pero así funciona el negocio). Hoy en día, Campeones es emitida con frecuencia en distintos canales de la televisión pública. Eso es visibilidad. Eso es representación.

Sinceramente, no me veo en posición para dictaminar si hay escasez de imágenes de distintos colectivos en el mundo audiovisual, precisamente porque ni me he visto todas las series del mundo, al igual tampoco me he visto todas las películas que se han grabado. No sabría decir si hay una escasez de imágenes acerca de la inmigración (de primeras, no creo que la haya) o de los roles sociales (tampoco), precisamente a analizar dónde se representa y cuántos años se lleva haciendo. Por eso prefiero enfocarme en cómo se hace, puesto que, desde mi forma de ver las cosas, es el ámbito más criticable y que mayor influencia tiene.

Si nos centramos en las imágenes acerca de confesiones religiosas, un tema delicado a la hora de representar es la religión musulmana en la cultura occidental. Muchas veces es difícil hablar de algo que no se conoce y que uno no ha vivido y seguramente no vivirá, sin embargo, hay formas de representación más acertadas que otras. En la serie española de Netflix Élite, nos encontramos con Nadia, una adolescente musulmana que, desde siempre, ha llevado el hijab (no se sabe si de manera impuesta o voluntaria). Sin embargo, cuando empieza a ir a clase al instituto en el que se desarrolla la trama, le obligan a quitárselo para que no haya distinción entre alumnos. A partir de ese momento, ella poco a poco se va desprendiendo de esa prenda que hasta entonces había reflejado buena parte de su identidad, y cada vez va renunciando más (aunque no del todo) a algunos valores del Islam. Esta transición que vive el personaje se enfoca de una forma en la que parece que ella “se está liberando de una opresión,” que ahora ella es quien quería ser, etc. En resumen, como si ahora tuviese más valor como mujer que el que tenía antes.

En el extremo contrario, nos encontramos con otra serie española producida por la plataforma Movistar: Skam España. Aquí, una de las protagonistas también es musulmana, y, al contrario que Nadia, ésta elige llevar el hijab cuando ya entiende todo el significado de su religión y quiere adoptarlo y que forme parte de ella. A lo largo de la serie, se transmite un mensaje de que ella no vale más o menos por llevar un trozo de tela alrededor de la cabeza, y por llevar un estilo de vida distinto al que estamos acostumbrados a ver. La propia actriz que interpreta a esta chica es musulmana también, y también lleva el hijab con orgullo. Con este tipo de comparaciones, pretendo llegar a la conclusión de que no importa qué imágenes representes, importa cómo las representas.

Está muy bien incluir personajes pertenecientes al colectivo LGBT en series juveniles, está bien hablar de inmigración y que las historias que muchas personas viven cada día solo por ser de fuera se sepan. Lo que no está bien es que esas imágenes no hayan empezado a presentarse en series de, por ejemplo, Disney Channel, hasta hace un año, con la aparición de la primera pareja homosexual de dos chicos adolescentes. ¿Y por qué no está bien? Porque los valores más importantes que adquirimos a lo largo de nuestra vida, lo hacemos en la infancia. Y aunque un niño sepa desde que tiene uso de razón que es homosexual y que es algo normal y que tiene derecho a ser respetado, no tiene la culpa de que otros niños no se hayan criado en un ambiente de tolerancia similar. Si se acostumbra desde la infancia la representación de imágenes que reflejen la diversidad y se normalizan temas como la discapacidad, ser inmigrante, ser de cualquier religión, o tener otras preferencias amorosas y sexuales (por citar ejemplos), ese mismo niño del que estábamos hablando, no tendrá que llegar a su casa llorando un día porque en el patio de la escuela le han llamado “maricón”, al igual que tampoco deberá hacerlo una niña musulmana a la que le han gritado “mora de mierda, vete a tu país”, ni un niño en silla de ruedas por tener unas habilidades más limitadas. Porque parecen simples comentarios, pero comentarios de ese calibre, a esa edad, se repiten en tu cabeza en bucle durante toda tu vida.

La representación de imágenes es importante, en todos los formatos habidos y por haber, y dirigida a todos los públicos en los que podamos pensar. Pues sí, verse a uno mismo representado es fundamental, pero también lo es que lo vean los demás.



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